21 febrero 2012

Arqueros del Rey Bernard Cronwell PDF




Arqueros del rey (que pertenece al nuevo ciclo La búsqueda del Grial) se encuentra a medio camino entre la saga de Sharpe y la del Señor de la guerra. Por una parte, supone el regreso del Cornwell menos complaciente y más socarrón: su héroe, un arquero inglés, se pasa tres cuartos del libro eludiendo sus deberes para con la Iglesia y sus promesas a una dama de buen ver, y sólo al final, y más debido a la casualidad de encontrarse con su archienemigo en la batalla de Crécy (1346) que por sus ansias justicieras, cumple en parte su misión. No da cuartel al rival, tiende emboscadas traicioneras, se salta a la torera las reglas de la guerra (si es que en la Guerra de los Cien Años había alguna...) y sólo muestra un poco de humanidad cuando se encuentra entre camaradas o acompañado de su última conquista sentimental. No es un pícaro, no hay demasiado humor en Thomas de Hookton, sino un superviviente desesperado que dice sentirse movido por la venganza (su aldea arrasada por un pariente al que no conocía), pero al que motiva más ver un nuevo amanecer.
Sin embargo, la nueva saga de Cornwell está lejos de las Crónicas del señor de la guerra. En la citada trilogía artúrica, cada página te escupía sangre a la cara, y cada párrafo parecía acompañarse de una banda sonora profusa en clarines y tambores. Destilaba brutalidad primigenia, personajes humanísimos en sus miserias y en sus (escasas) virtudes. Poseía una fuerza narrativa que te forzaba a devorar libro tras libro y, en llegando a las últimas páginas del tercero, a desear que ese maldito inglés que pasó demasiados años dedicado al periodismo mercenario en vez de a la gozosa aventura se fuera al infierno por privarte de saber más y más de ese mundo fascinante y oscuro atiborrado de brujas gesticulantes y guerreros sin virtud. Arqueros del rey, por el contrario, se lee con agrado, pero con cierta indiferencia. Cornwell parece no haber puesto toda el alma en él, o tal vez se ha dejado llevar por el éxito o por el deseo de complacer al gran público cultivado que consume las novelas del fusilero Sharpe y ha moderado el fatalismo inmisericorde que enlosaba los destinos de los personajes de El rey del invierno, y que los condenaba a muertes dolorosas y terribles.


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