A los nueve años ocupé un sitial en la cofradía de los caballeros del rey Arturo, con tanto orgullo y dignidad como el que más. En esos días harto escaseaban los escuderos aguerridos y de noble corazón que portaran escudo y espada, ciñeran arnés y socorrieran a los caballeros heridos.
Entonces acaeció que los deberes escuderiles recayeron en mi hermana de seis años, cuya gentil bravura era incomparable. A veces ocurre, para tristeza y lamentación, que quien sirve con fidelidad no es reconocido como fiel servidor, y así permanecieron en la sombra los trabajos escuderiles de mi bella y leal hermana.
Por lo tanto, en el día de hoy hago las enmiendas que están a mi alcance, y la nombro caballero y le rindo mi homenaje. Y a partir de esta hora llámesela Sir Marie Steinbeck de Valle Salinas.
Dios le dé gloria sin mengua.
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