«Yo, Mukhtaran Bibi, la hija mayor de mi
padre, Ghulam Farid, perdí la conciencia de mí misma, pero nunca
olvidaré las caras de aquellos brutos. Para ellos, una mujer no es más
que un objeto de posesión, de honor o de venganza. Se casan con ella o
la violan según su concepción del orgullo tribal. Saben que una mujer
humillada así no tiene otra salida más que el suicidio. Ni siquiera
necesitan utilizar sus armas. La violación la mata. La violación es el
arma suprema. Ni siquiera me pegaron, estaba a su merced de todas
formas, con mis parientes bajo su amenaza y mi hermano en la cárcel. No
podía librarme y no me libré. Yo no les concedo mi perdón, ni mucho
menos, pero intento explicar a los extranjeros, que me acribillan a
preguntas, cómo funciona la sociedad del Penjab, una provincia donde el
crimen de honor desdichadamente es corriente. He nacido en un país,
estoy sometida a sus leyes y no ignoro que, como todas las demás
mujeres, pertenezco a los hombres de mi familia, como si fuese un
objeto con el que pueden hacer lo que quieran. La sumisión es de rigor.
La verdadera pregunta que mi país debe plantearse es muy simple: si la
mujer es el honor del hombre, ¿por qué quiere violar o matar este
honor?»
Su relato resulta estremecedor su acusación, inequívoca, sin
ambigüedades. Fue violada, humillada. Debería haberse suicidado según la
tradición. Pero se rebeló, gritó, atrajo la atención del mundo entero y
logró que los infames fueran juzgados. En las páginas de este libro
relata su odisea y retrata una sociedad, unas costumbres, que nos
transportan a un mundo ancestral, exótico, colorista… y cruel.
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