Es de todos
sabido que en el culto del antiguo testamento se empleaban mucho, ya fuera en
el Tabernáculo o en el templo de Jerusalén, las substancias aromáticas. En
Palestina son escasas tales esencias odoríferas; sin embargo, hasta hoy día
vemos graciosas y lozanas flores en la gran plaza frente al templo de Salomón.
Sólo el Líbano producía incienso, que en la lengua hebrea se denominaba
“l’bhonah”, palabra en cuyos sonidos hasta el más lego percibe cierta relación
con el nombre de la montaña.
Otra
denominación hebraica para la palabra “perfume”, en el sentido de “substancia
olorosa” es, en general, SAM.
Las mayores
y cualitativamente más valiosas cantidades de incienso, así como otras
substancias aromáticas destinadas al culto, eran adquiridas en el extranjero.
Oímos así hablar del incienso del país de Saba en el que los intérpretes de la
Biblia ven hoy una faja de la Arabia sudeste, en tanto que los teólogos de
antaño indicaban con ella a los etíopes o a los indios.
En otras
esencias que se han citado relacionadas con el referido incienso y allegadas a
él por cuanto se presta como perfume, hay que mencionar las flores de Chipre,
entre ellas el nardo, la mirra, el azafrán, el ámbar, el cálamo, el acíbar, el
polvo de especias y, además, ciertos preparados que ya estaban listos y que
Lutero en su traducción de la Biblia llamaba sucinta, pero erróneamente
ungüentos y que hoy, por falta de indicios ciertos, como muchas de las otras
substancias llamadas puras, no pueden identificar los especialistas.
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