La personalidad de Jesús, como figura señera de la cultura religiosa occidental, ha sido al correr del tiempo objeto de encendidas pasiones y, no sin asombro, asistimos desde hace algunos años a un curiosoresurgimiento popular de su imagen. El poderoso magnetismo de su personalidad ha conseguido rebasar los límites de un contexto estrictamente religioso y convertirse para muchas personas en un `héroe tangible`, al mismo nivel que los grandes hombres contemporáneos a nosotros, revolucionarios, poetas o visionarios.
Sin embargo, es bien poco lo que sabemos a ciencia cierta sobre ese Jesús de Nazareth, cuyo nacimiento significó el comienzo de una era nueva para gran parte de la Humanidad. Su vida está narrada en cuatro libros que dan visiones distintas del mismo personaje, que hacen hincapié sobre un determinado aspecto de la biografía y olvidan otros,
que no coinciden entre ellos. Los cuatro juntos nos ofrecen una proyección en relieve de Jesús, cuya aparente consistencia se desvanece a poco que abramos una puerta y dejemos entrar la luz, en los evangelios, la marcada intención apologética de sus autores encubre, enmascara o, simplemente, elude la crónica puntualmente histórica. Ante este estado de cosas, las preguntas acuden en tropel a nuestra mente: ¿quiénes escribieron realmente los evangelios?, ¿en qué años?, ¿en qué ciudades?, ¿en qué orden? Ninguna de estas preguntas ha sido respondida satisfactoriamente por los científicos hasta el momento, mientras los investigadores alemanes, ingleses y norteamericanos que se ocupan del tema sacan sus primeras conclusiones: es preciso separar definitivamente el
Jesús de la Historia del Jesús de la Fe, distinguir entre las palabras que pronunció y las que se le atribuyen, rechazar la idea de que los evangelios fueron escritos cada uno por un individuo, en favor de la idea de una autoría colectiva.
Los textos de los historiadores de la antigüedad tampoco contribuyen a aclararnos el misterio que se cierne sobre Jesús. Algunas obras como `Las antigüedades judías` de Flavio Josefo o los `Anales` de Tácito hacen breves alusiones al tema, que nos sirven de bien poco si tenemos en cuenta tres hechos: hasta el siglo segundo de nuestra era no aparecen los primeros textos que hablan de Jesús (incluidos los evangelios), no hay que confundir las citas a los cristianos con las citas concretas a Jesús, menos frecuentes, las interpolaciones eran moneda corriente en los textos antiguos, por lo que no es extraño encontrar textos paganos `cristianizados`.
Sin embargo, es bien poco lo que sabemos a ciencia cierta sobre ese Jesús de Nazareth, cuyo nacimiento significó el comienzo de una era nueva para gran parte de la Humanidad. Su vida está narrada en cuatro libros que dan visiones distintas del mismo personaje, que hacen hincapié sobre un determinado aspecto de la biografía y olvidan otros,
que no coinciden entre ellos. Los cuatro juntos nos ofrecen una proyección en relieve de Jesús, cuya aparente consistencia se desvanece a poco que abramos una puerta y dejemos entrar la luz, en los evangelios, la marcada intención apologética de sus autores encubre, enmascara o, simplemente, elude la crónica puntualmente histórica. Ante este estado de cosas, las preguntas acuden en tropel a nuestra mente: ¿quiénes escribieron realmente los evangelios?, ¿en qué años?, ¿en qué ciudades?, ¿en qué orden? Ninguna de estas preguntas ha sido respondida satisfactoriamente por los científicos hasta el momento, mientras los investigadores alemanes, ingleses y norteamericanos que se ocupan del tema sacan sus primeras conclusiones: es preciso separar definitivamente el
Jesús de la Historia del Jesús de la Fe, distinguir entre las palabras que pronunció y las que se le atribuyen, rechazar la idea de que los evangelios fueron escritos cada uno por un individuo, en favor de la idea de una autoría colectiva.
Los textos de los historiadores de la antigüedad tampoco contribuyen a aclararnos el misterio que se cierne sobre Jesús. Algunas obras como `Las antigüedades judías` de Flavio Josefo o los `Anales` de Tácito hacen breves alusiones al tema, que nos sirven de bien poco si tenemos en cuenta tres hechos: hasta el siglo segundo de nuestra era no aparecen los primeros textos que hablan de Jesús (incluidos los evangelios), no hay que confundir las citas a los cristianos con las citas concretas a Jesús, menos frecuentes, las interpolaciones eran moneda corriente en los textos antiguos, por lo que no es extraño encontrar textos paganos `cristianizados`.
No hay comentarios:
Publicar un comentario